lunes, 16 de enero de 2017

Símbolos y Borges


Ensayo sobre los símbolos utilizando como disparador textos de Jorge Luis Borges.





Una de las grandes virtudes de este autor fuè habernos dejado historias llenas de frases punzantes, que siguiendo sus líneas o sacadas de contexto, tienen la facilidad de convertirse en una ventana hacia donde imaginemos, un camino de ida al infinito análisis de las cosas.
Los textos de Borges siempre merodean temas del tiempo, laberintos, otros, dobles, muertes, sueños, realidad o irrealidad, siempre abordados desde lo simbólico, que más allá de ser la palabra, la prosa y el libro, es el símbolo de cada concepto, el reflejo de una proyección o la metáfora, la literatura como medio para expresar un cosmos de pensamiento.


Verzi, sabiendo estas cualidades, en sus estudios le adjudica a Borges la categoría de clásico, siendo que nunca se agota, que en él siempre hay territorio para pensar y repensar.


“Los actos son nuestro símbolo” escribió Jorge Luis Borges en el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” (1949), mientras relataba la vida de este personaje. Y esta es una de esas frases punzantes, lo que sería para Barthes el “Punctum” pero no en una imagen, sino latente esta vez en estas palabras que aplican a todas las vidas, dentro y fuera de la literatura.


Si bien las acciones en los textos de Borges tienen una carga simbólica por ser ficción, en la vida real también cada acto es un símbolo. De ahí deviene el estudio del ceremonial, el protocolo, la sociología, la antropología, la psicología, el análisis del hombre. El hombre es un ser simbólico. El simbolismo nos rige desde siempre, porque el hecho de vivir en comunidad institucionaliza acuerdos conceptuales desde y por lo simbólico. Entendiendo por símbolo todo aquello que establece una relación de identidad con una realidad a la que representa o evoca. Es decir, establece la retórica entre el pensamiento y lo que se émula, que se corresponde mediante un nuevo concepto simbólico, y al nombrarse sugiere lo real. Y todo este proceso es natural, relativo y trascendental en la vida del hombre. Por lo que, el símbolo es más que una convención para expresar la realidad, ya que es mediante los símbolos la única manera de aprehender la realidad, siendo imprescindibles y constituyendo sus propias categorías del pensamiento.


Todas las representaciones y manifestaciones del hombre se plasman en símbolos, y parecieran ser objetos, sustantivos, resultados de… materia o convenciones. Pero todo lo que hace el hombre es simbólico, incluyendo lo material y lo inmaterial. Además de todo lo estético, artístico, culinario, señalético, decorativo, tangible, los símbolos son acciones, son actitudes, gestos, intangibles, abstracciones.
La cultura es acción, es ser y hacer. Es verbo.


Todos los símbolos parecieran sustantivos y el hombre/mujer sería la herramienta para que (en) la cultura nazca, viva, se transforme y muera; y a la vez cada símbolo es el que hace que el hombre/mujer nazca, viva, se transforme y muera.
Como si intentaramos dilucidar qué estuvo primero, si el huevo o la gallina. Como si en realidad pudiésemos separar lo simbólico de la cultura, siendo retroalimentados y definidos uno en el otro, aceptando que cada símbolo nos hace a la vez que re.hacemos cada símbolo, y aplica a lo colectivo como también cobra un valor agregado desde lo personal, y es donde cada individuo en su posibilidad/capacidad de hacer podrá (re)definirse en cada decisión. Como si se tratara de “hacer para cambiar lo que nos hicieron ser/hacer” signados por un contexto cultural inmediato y/o globalizado, y en ello valdrán las subjetividades, en la manera en que se refleja la interpretación de lo simbólico (como el conjunto de todo y cada uno de los símbolos que recibe un individuo) en la reproducción y/o producción de nuevas convenciones.


Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y las circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) “.

Cuando Borges escribe que el ejercicio de los símbolos presupone un pasado compartido, carga del sentido histórico y social a la cuestión, y es en estas vías su modo de transmisión. Con los diferentes puntos de vista que describe en el Aleph incita a pensar en que todo aquello, incluso los símbolos, que se nos presenta en todas sus dimensiones no es posible de describir de manera unívoca.


La simbología se hereda y se aprende. La memoria colectiva cultural implica en sí misma un símbolo social de preservación y transmisión identitaria. En la memoria de los pueblos caben las fiestas, ceremonias, ritos, interacciones sociales, costumbres, hábitos, tradiciones, valores, convicciones, normas, leyes, creencias, y todo aquello que se asocia a la representación colectiva que perdura en el tiempo. Esta memoria colectiva que por más que sea durable está en constante conformación es una construcción a la vez que una afirmación de la identidad. Por lo que implica la asimilación de lo propio a la vez del reconocimiento de la distinción particular.
El proceso de la memoria colectiva es propio del hombre, constituye su esencia de ser social, y es aquello que permite que se preserve el patrimonio material e inmaterial como legado a las generaciones venideras.
Es decir, que la creación e interpretación de los símbolos se da en el marco de la representación social que se transmite de forma axiológica, articulando significaciones y las influencias en lo trascendental, en los valores y conocimientos que se compartan en lo particular de cada comunidad. Esto recae en la vida de la comunidad, en sus estructuras sociales, en sus recursos, su medio, y su producción,  y a fin de cuentas en sus actos que son también sus propios símbolos.


Los experimentos individuales son, de hecho, mínimos, salvo cuando el innovador se resigna a labrar un espécimen de museo, un juego destinado a la discusión de los historiadores “ (El otro, el mismo. 1964. Borges)


Renovar los símbolos es propio de cada cultura viva, mantenerlos es solo de aquellas que logran perpetuar una identidad colectiva, apoyadas en mitos, ceremonias, protocolos y tradiciones que sólo en función de aportes concretos, reales y necesarios se mantienen de generación en generación. Y en ello se resalta la cualidad colectiva. De ahí que como dice Borges lo individual acaba en el museo, como única manera de perpetuarse.
¿Cuantas obras que vemos en los museos de arte realmente entendemos tal cual lo plantea el artista? ¿Cuantas interpretaciones caben en una obra de arte abstracta (símbolo/simbólica)? ¿Cuantos son, en una sociedad tipo, los que frecuentan con verdadero goce un museo de arte?
Podemos entonces plantear “nichos ecológicos”? y en alusión a términos biologicistas,¿ sobreviven solo los símbolos más aptos ? ¿Mueren los símbolos con las culturas? Y como muerte a estos términos me refiero la mera reducción de ellos a la permanencia perpetua en una vitrina de museo.

Será entonces lo que la sociedad pueda (re)interpretar y (re)vivir del universo simbólico en el que nace lo que permanecerá y dará forma a la cultura actual,definida en su “hacer” más que en su historia aunque todo su hacer esté signado por su pasado (legado). Cíclico.




_* referencias bibliográficas:
El Aleph (1949); El otro El mismo (1964);  Biografía de Tadeo Isidoro Cruz.(1949). J.L. Borges
- El simbolismo precolombino, Federico Gonzalez.
- Entre la expectación y el desencanto. Horacio Verzi (desde el blog http://alpialdelapalabra.blogspot.com.ar/)