viernes, 28 de julio de 2017

Gestión Cultural y Desarrollo I


Es preciso plantear como idea inicial que el desarrollo es un proceso mucho más complejo y global que el mero crecimiento económico, y en ello cabe reconocer el rol fundamental de la cultura como un factor determinante y transversal a todo este proceso.
Desandar el concepto de desarrollo es tan arduo como el mismo trabajo en el concepto de cultura, y según definamos ambos podremos esbozar una definición a esta problemática que persiste en la actualidad.
En su comienzo, por la década del 50, en un contexto global de post-guerra comienza a tomar importancia el asunto de desarrollo, con una contracara opuesta, el subdesarrollo.  La idea fuerza del momento se asociaba a un mundo contemporáneo que aspiraba al crecimiento económico entendido este en términos a largo plazo y definido en oposición al “estancamiento secular” de la teoría keynesiana.
Con el foco puesto en el aumento progresivo y continuado del producto interno en un período determinado se comienza a forjar una concepción lineal y puntual del desarrollo, medido en términos de tasa de crecimiento y con una especial atención al PNB y las innovaciones tecnológicas que contribuyan a acrecentarlo.
Este desarrollo económico, por entonces basado exclusivamente en la inversión del capital, el aumento de la cantidad de bienes y servicios, la importancia de la tecnología y la industrialización, tenía como objetivo lograr la modernización.
El proceso de desarrollo conllevaba entonces a cambios estructurales en los sistemas político, económico y social que tenían como guía los modelos de los países desarrollados.
Desde esta postura economicista del desarrollo, se imparte una lógica de modernización y desarrollo entendido como crecimiento económico desde una matriz occidental.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, documentados y evaluados por Naciones Unidas
plantean distintas problemáticas (pobreza, mortalidad infantil, democracias dañadas, guerras, drogas, educación, medioambiente, rol de la mujer y maternidad), pero no problematiza la cultura como medio para lograr los objetivos y ver los cambios que pretende, y tampoco la percibe como fin en sí misma para que cada población pueda asimilar sus falencias y coopere con un objetivo común de mejoría. Es decir, se proponen indicadores y concepciones de medición con valores comparativos que distan de las realidades y percepciones de las diferentes modalidades de vida y cultura de los países involucrados como subdesarrollados.
La cuestión muchas veces no tiene que ver con falta de voluntad, sino con falta de recursos,  y la cooperación internacional de la ONU por lo general no solo aporta recursos sino matrices establecidas, pensadas desde estructuras que no son las reales en cada comunidad.  Es decir, las ideas para revertir las situaciones problemáticas tienen más que ver con la vista y el análisis que se hace desde afuera de esa cuestión y no teniendo en cuenta los medios, recursos, necesidades, tradiciones, usos, prácticas cotidianas y realidades concretas de cada grupo o sector que conforma el tejido social en el que se pretende intervenir.
El hecho de no tomar en cuenta los aspectos fundamentales que constituyen cada cultura invisibiliza las identidades locales, ya que se elabora una solución a determinada demanda desde parámetros o conceptos no compartidos.  Una cuestión clave es la interpretación que tiene cada cultura sobre “calidad de vida”.
El documento muestra datos, estadísticas, información cuantitativa, sin embargo la causa de todas esas problemáticas tienen que ver con la cultura. Si bien el conflicto transversal  del desarrollo global está dado por la desigual distribución de recursos, tanto el consumo de alimentos, como la educación y los valores humanos que guían la cotidianeidad (esto implica nociones sobre moral, honestidad, trabajo, dignidad, calidad de vida) son culturales. Y los aspectos culturales no se miden en números porque tampoco pueden compararse. No hay un indicador que pueda demostrar de manera efectiva el desarrollo cultural de una región, porque hasta en una misma comunidad hay distintos grupos con distintas prácticas, valores.
Amartya Sen, en la década del 90, dentro de la institucionalidad de la UNESCO, plantea que el desarrollo es un proceso para fortalecer las capacidades y ampliar las opciones de las personas. Esta concepción de Desarrollo Humano coloca al hombre como centro de la propia acción del desarrollo y se profundiza el concepto de cultura dentro de los términos del desarrollo.
Según el Informe sobre el Desarrollo Humano del año 2004, para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio y erradicar la pobreza definitivamente  es necesario construir sociedades inclusivas y diversas en términos culturales, ya que es a partir de la expresión cultural plena de la gente que puede lograrse el desarrollo.
El fin del desarrollo humano es poder dar la mayor cantidad de opciones a la gente para que puedan elegir el tipo de vida que deseen, y brindarles las herramientas para esas decisiones.
Actualmente la incapacidad de este desarrollo está ligada a asuntos políticos y económicos, problematizando desde la protección de los derechos humanos hasta el fortalecimiento de la democracia. Las poblaciones pobres - en su mayoría minorías religiosas o étnicas - no tienen acceso igualitario a empleos, escuelas, hospitales, justicia seguridad y servicios básicos que el resto de la sociedad.  Por lo general no se reconoce explícitamente a estas identidades culturales, y ello es causa de persecuciones, represiones, exclusiones y discriminaciones económicas, sociales y políticas.
La incapacidad de hacerle frente a esta exclusión genera algo más que injusticia, ya que origina problemas reales para el futuro asociados al desempleo, a generar juventudes desmotivadas, a despertar la ira contra el statu quo y  conlleva a situaciones de cambio violentas.

Abordar esta problemática requiere  comprender que las diferencias culturales no debieran ser un generador de conflictos sociales, económicos y políticos, y que los derechos culturales deben tener un lugar fundamental tanto como las de tipo económico o político.
El panorama político del siglo XXI está atravesado por la diversidad de etnias, religiones, idiomas y valores dentro de cada territorio, y ante la inminencia de la globalización las culturales locales perciben un desplazamiento que exige y demanda políticas culturales de conservación  y desarrollo de la diversidad.
Es posible ver que los países en desarrollo tienen mucha riqueza cultural, con tradiciones diversas en el arte, la música o la lengua, y aunque la globalización de la cultura de masas sea una amenaza para ellas, también representa nuevas oportunidades de lograr acceso a mercados mundiales por ejemplo del arte, y desde este sentido poder recrear sociedades creativas y vitales.
Una clave para el desarrollo humano es la libertad cultural, ya que para vivir una vida plena, es importante poder elegir la propia identidad, lo que uno es y quiere ser, sin por ello quedar excluido de otras alternativas o perder el respeto por los demás.
Es necesaria la libertad para que cada persona pueda elegir su religión, hablar su idioma, honrar su legado étnico sin temor al castigo o la restricción de oportunidades.
Responder a estas demandas se presenta como un desafío urgente para los Estados. El reconocimiento de la diversidad de identidades apareja una mayor diversidad cultural, que de todas maneras es innegable, y  la participación ciudadana no debe depender de los vínculos culturales que se escojan, por lo que el Estado debe actuar con políticas inclusivas.
El desarrollo y los avances tecnológicos en las comunicaciones y en los medios de transporte han achicado el mundo y cambiado el panorama de la diversidad cultural, lo que se complementa en un contexto en que se percibe el fortalecimiento de la democracia, los derechos humanos y las nuevas redes globales que proporcionan mayores medios para movilizarse.
En el último tiempo las migraciones internacionales se han acelerado, hoy son muchas las personas nacidas en el extranjero, o que viven fuera y  que mantienen estrechos vínculos con sus países de origen. De una u otra manera, hoy todos los países son sociedades multiculturales, compuestas por grupos que se identifican según determinadas características como pueden ser su etnia, religión, lengua, historia cultural, valores y formas de vida.
Por mucho tiempo se creyó que el desarrollo de la diversidad podría debilitar a los Estados, causando conflictos y retrasando el desarrollo, constituyendo motivos por los cuales se han eliminado o ignorado muchas de las identidades culturales en todo el mundo. Establecer un estándar cultural nacional se impuso como posible solución para contrarrestar la diversidad de identidades y eliminarlas bajo una generalidad unificada.
Pero es necesario entender que las identidades étnicas no compiten con el compromiso que mantienen con el Estado en que vivan, reconocer la diversidad no implica que no se pueda a la vez plantear una identidad unificada estatal.
Las identidades no son excluyentes. La falta de estudio y comprensión de los factores culturales hacen creer que los individuos no pueden tener más de una identidad, cuando en realidad se puede identificar con varias (ciudadanía, etnia, género, religión, etc.)
En el siglo XX el paradigma central fue la formación de los Estado Nación y el objetivo implicaba crear dentro de sí culturas homogéneas con identidades singulares, lo que resultó un conflicto de represión, persecución y resistencia.
Recién un siglo más tarde puede pensarse en que la inclusión de los grupos culturales y el reconocimiento de las diferentes identidades es más viable y reduce las tensiones que implicaba pretender que no existían.
Los países no están obligados a elegir entre unidad nacional o diversidad cultural. Promover la unidad es fomentar el respeto por las identidades y demostrar confianza por parte de las instituciones estatales, y esto se define en el diseño de políticas multiculturales.
Aunque existe otro temor para los Estados, que es la globalización, amenazando a las identidades locales y a las nacionales, pero la solución no es volver a las políticas conservadoras ni a los nacionalismos exacerbados, sino que se debe promover el pluralismo y la diversidad dentro de los territorios, porque de todas maneras es inevitable, no se puede negar lo que existe.
Tampoco se puede afirmar que la cultura es estática, se recrea constantemente en la medida que cada individuo se cuestiona y adapta su valores y prácticas a la realidad.
La libertad cultural consiste en ampliar las opciones individuales y no en preservar valores o prácticas con una lealtad ciega a la tradición; se trata de que la gente pueda ser y vivir como le parezca. Los Estados deben velar por esas culturas y sus transformaciones, orientándolas hacia el desarrollo, y este proceso de desarrollo debe incluir la participación activa del pueblo en la lucha por los derechos humanos.
El desarrollo humano requiere más que salud, educación, un nivel de vida digno y libertad política. El Estado debe reconocer y acoger las identidades culturales de los pueblos y las personas deben ser libres para expresar sus identidades sin ser discriminadas en otros aspectos de su vida. La libertad cultural es un derecho y un importante aspecto del desarrollo humano y, por consiguiente, digno de la acción y atención del Estado.
Los acuerdos para compartir el poder en general han resultado fundamentales para resolver las tensiones, y de hecho de eso se tratan las verdaderas democracias, de poder primero reconocer la diversidad y la voz de cada habitante para luego darle el poder de decisión política, social y cultural.
Desde el documento  “Estrategia y Desarrollo de la Cooperación española”, la cultura se define, no ya como una dimensión accesoria del desarrollo, sino como el tejido mismo de la sociedad y como fuerza interna para su desarrollo.
Al igual que el informe sobre Desarrollo Humano 2004, desde España, se proponen enfrentar el desafío de construir sociedades inclusivas y diversas en términos culturales, apoyándose en el derecho a la diversidad y la libertad cultural permitiendo el reconocimiento de múltiples identidades.
Fomentar la participación en los procesos de desarrollo, y referirse a un desarrollo cultural exclusivamente, son las bases para la cooperación al desarrollo con repercusiones positivas en los beneficiarios.
Con el objeto de integrar la dimensión cultural de la Cooperación Española se propone realizar diagnósticos precisos sobre las realidades culturales, en sus determinados contextos, identificando problemáticas precisas y diseñando acciones acorde; introducir indicadores de impacto cultural y social en las evaluaciones, fomentar la participación de la población, aportar a la cultura distintos proyectos y programas de cooperación al desarrollo; fomentar el diálogo y la cooperación mutua entre las culturas; integrar y respetar las lenguas y manifestaciones culturales minoritarias; integrar el concepto de diversidad cultural.
Para ello se plantean líneas estratégicas con base en la formación de capital humano para la gestión cultural con énfasis en proyectos de cultura y desarrollo. Por lo que ponen énfasis  en facilitar procesos que contribuyan a la creación y mejora de agentes y  profesionales en el sector cultural, potenciando su autonomía en la gestión de las diferentes dimensiones de la vida cultural con incidencia en el desarrollo y fomentando la difusión de valores y contenidos compartidos de la cultura en la comunidad internacional que puedan generar beneficios tangibles y un desarrollo propio y sostenible.
Por otro lado se plantea la dimensión política de la cultura en su contribución al desarrollo, una de las implicancias fundamentales de la cultura radica en el desarrollo político, por lo que se proponen valorar los diferentes aportes de las políticas culturales para mejorar la gobernanza, fomentando así el desarrollo institucional de los ámbitos culturales incidiendo en los procesos de cohesión social.
Por lo que se puede observar un rol protagónico y activo de la gestión cultural en las bases del desarrollo cultural, como promotores y agentes del cambio y mejoría.
Respecto a la relación crucial de la economía y la cultura, tan importante para determinar los inicios del desarrollo, se plantea una relación en la que ambas partes condicionan el desarrollo sostenible, la gobernabilidad, la ciudadanía, la competitividad, la equidad y la consolidación de una identidad que radica en valores positivos.
Se plantea entonces potenciar el aporte de la cultura al crecimiento económico mediante el fomento, creación y producción de empresas, industrias e instituciones culturales y creativas, así como también estimular la creación de empleos culturales y la búsqueda de una creatividad productiva, favoreciendo su conexión con otros sectores productivos y de servicios.
Teniendo en cuenta que el desarrollo cultural es fundamental para el desarrollo integral es evidente que el financiamiento de tal se debería percibir en sí como una inversión de alta rentabilidad social, ya que la elevación de la calidad humana incide de manera directa en el  desarrollo global. Pero por lo menos en América Latina, esta concepción de la cultura como un proyecto estratégico se contradice con la precariedad  que caracteriza a los mecanismos financieros que otorgan recursos para su desarrollo.
La visión que se mantiene, es aún instrumentalista del desarrollo cultural, subordinado siempre a otras prioridades y obligado a mostrar su utilidad para otros fines. La visión economicista de él como reflejo de lo que ocurra en áreas como el crecimiento económico o la simple ganancia, han hecho que los mecanismos de financiamiento no sean coherentes, estables o sistemáticos, ni abarquen todas la áreas culturales, tampoco se incentiva la colaboración de fondos públicos, privados e internacionales. Las notables excepciones al respecto, funcionan más como enclaves autónomos que como dinamizadores globales.
Carente de una institucionalidad normativa y orgánica para la obtención de recursos, en momentos de crisis económica o social, el sector más vulnerable es el cultural.
La falta de estudios exhaustivos y comparativos a nivel regional no permite la realización de un diagnóstico adecuado que pueda utilizarse para la elaboración de políticas culturales.
Por otro lado la falta de lineamientos estratégicos de financiamiento por parte de las instituciones públicas, hace que se sigan repitiendo esquemas, normativas y modalidades inadecuadas y antiguas, y que no se actualicen o innoven áreas que carecen de financiamiento público y tampoco es fluido el financiamiento privado.
La ausencia de políticas de financiamiento de la cultura trae aparejado problemas para la producción, la difusión, el acceso y la preservación patrimonial. También afecta a las relaciones internacionales, porque no se  reconocen ni generan los recursos, así como tampoco se conocen las prioridades.
Concluyendo así a considerar que el papel de la gestión cultural en el ámbito de la cooperación al desarrollo, debería basarse en lo más próximo a los lineamientos estratégicos que se plantean en España. Visto y considerando ese documento, habiendo razonado el desarrollo cultural como parte constitutiva y a la vez transversal del desarrollo humano, resulta claro definir entonces que la gestión cultural debe trabajar en un concepto amplio de cultura que incluya la multiplicidad de identidades reconociendo, fomentando y protegiendo la diversidad cultural.
La principal herramienta de los gestores serán las políticas culturales, por lo que el compromiso estatal debe existir en la medida que se planteen claros diagnósticos y estratégicas intervenciones para satisfacer las necesidades culturales.
Respecto a la dimensión económica de la cultura, la legislación también será un asunto crucial, pero no debe reducirse la opción del financiamiento al sector público sino que incluir al sector privado es un desafío que es necesario afrontar, sobre todo pensando en el desarrollo de los sectores con alto potencial de comercialización a nivel internacional.

Los derechos culturales y la mejor calidad de vida deberán ser los motivos suficientes para poder plantear líneas de acción efectivas que permitan el desarrollo cultural de la población con que se trabaje.

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