viernes, 28 de julio de 2017

Cultura y Desarrollo II

Documento de Reflexión - Problemas Contemporáneos de la Gestión Cultural



La situación cultural que el mundo atraviesa hoy, por lo menos desde lo conceptual, debe ser analizada bajo los parámetros que implican los tan complejos procesos de modernidad y globalización con sus lógicas liberales dentro de la estructura capitalista que deviene en fases históricas que crean las condiciones en las cuales se gestan los paradigmas del conocimiento que nos permiten, desde diferentes perspectivas, abordar las problemáticas culturales que nos atraviesan.

Es fundamental, abordando la cuestión desde Lander en su texto “La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales”, pensar que epistemológicamente nuestro pensamiento está constituido dentro de un sistema capitalista moderno liberal, y que ésta configuración del saber deviene de la naturalización de conceptos que unen nuestra actualidad con siglos anteriores en una lógica lineal sostenida por la colonialidad del poder, del saber y del ser.

Esta estructura de pensamiento aplica tanto a lo territorial como a lo conceptual. Constituyendo así un colonialismo de los saberes, lenguajes, memorias, imaginarios, prácticas, etc., con tendencia a conformar un mundo unificado en tiempo-espacio bajo una narrativa universal, donde Europa es el centro y quien escribe, desde la ciencia, el relato de la historia desde su perspectiva (poder imperial). A partir de lo que se configura una universalidad excluyente porque se basa en una particularidad.
Esta universalidad niega todo derecho diferente al liberal, por lo que los espacios y culturas colonizadas “deben” abandonar sus prácticas para integrarse (subordinarse) a este único mundo que los ubica por fuera de la ya consolidada y desarrollada civilización europea, excluyendo sus saberes pero utilizando su fuerza de trabajo para continuar el proyecto de modernidad.
Es así que las transformaciones que implica el desarrollo - como la expulsión de los habitantes de sus tierras, la prohibición al acceso a los recursos naturales y el sometimiento al trabajo - alteran los cuerpos, los individuos, las formas de vida, las prácticas culturales, los territorios, el tiempo y el trabajo, para instalar una economía moderna (fabril), a la vez que naturaliza la resistencia misma al modelo impuesto ya que es considerado la única forma de vida posible. Y este único destino conduce a la imagen y semejanza de Europa, autopotenciada como la civilización más desarrollada, como destino al que toda sociedad debe aspirar a ser (o debe ser conducida), mediante una idea de progreso que tiende a jerarquizar y clasificar las diferencias, mientras se naturalizan las formas de una sociedad liberal-capitalista, mediante la ciencia, que como es el saber que produce la única civilización supera al resto de los conocimientos; todo ello dado en el marco de la modernidad como idea central.

Es decir, nuestra lógica de análisis y las categorías conceptuales se circunscriben en el devenir histórico en que el pensamiento científico  se constituye como una herramienta que afirma y reproduce la fuerza hegemónica del poder dentro de su modelo civilizatorio de carácter universal naturalizado en una sociedad capitalista liberal occidental.
Desde entonces las ciencias sociales han servido más para establecer diferencias y contrastes con la experiencia histórico-cultural-universal de Europa, que para el conocimiento de las sociedades a partir de sus especificidades histórico culturales. Y quienes generan la ciencia, las elites, se hacen cargo de la intersección de diferentes temporalidades históricas tratando de elaborar con ellas un proyecto global.
Los conceptos de evangelización, civilización, modernización, desarrollo y globalización establecen un patrón civilizatorio superior y normal donde se entrelazan y conforman un discurso. Y este patrón occidental se naturaliza como imaginario acotando dentro de sí muchas luchas sociales y debates político-intelectuales en Latino América.
Centralizando el poder/saber/ser en cinco países industrializados (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos) en la segunda mitad del siglo XIX,  la reconceptualización o adaptación de los siguientes términos se define en el diálogo de sus génesis y las consecuencias que apareja la actualidad.
Las ciencias sociales considerando “no-modernas” a las tradicionales cosmovisiones de América Latina, las coloca como expresión del pasado, negándoles la posibilidad de su contemporaneidad. Sin embargo, ejerciendo su capacidad de ver y hacer desde una perspectiva “otra”, el pensamiento social latinoamericano busca formas alternativas de conocer, cuestionándose los saberes coloniales/ eurocéntricos/ modernos/ civilizatorios en el continente.
La perspectiva pluralista, que acepta la fragmentación y las múltiples combinaciones que se dan entre tradición, modernidad y posmodernidad, es la que describe mejor la coyuntura latinoamericana. Y en la configuración del “nosotros”, atravesado por los movimientos de emancipación, expansión, renovación y democratización, emergen las ideas de los nuevos paradigmas latinoamericanos vinculados a la comunidad, el saber popular, la liberación, la perspectiva de dependencia, y la crítica del eurocentrismo legitimando y reivindicando su propia historia.
La globalización es un concepto definitorio en el proceso de (re)construcción identitaria y reconocimiento del saber propio en América Latina.
Si bien el proceso de globalización pretendía aplicar como un sistema que igualaba las condiciones socioeconómicas a la vez que impulsaba un sostenido proceso de uniformidad cultural, fracasó y hasta provocó lo contrario, ya que complicó el hecho cultural impulsando el renacimiento de las identidades y luchas reivindicatorias. Abriendo el escenario a la pluralidad, constituyendo sistemas complejos que implican la inclusión de múltiples culturas inmersas en las mismas lógicas políticas y organizaciones económicas y jerarquizando las relaciones en su interior. La diversidad se da en una misma sociedad, proponiendo la otredad sociocultural y las situaciones multiculturales en un mismo territorio.
En Latinoamérica la diversidad adopta la forma de la autonomía, sin embargo la tendencia vigente de un enfoque liberal genera contradicciones entre la particularidad étnica y la universalidad respecto a la compatibilidad con los derechos y las garantías de los individuos dentro de las naciones contemporáneas. Por lo que se opone el liberalismo duro al relativismo absoluto que terminan funcionando como las dos caras de una misma moneda dentro de las poblaciones unidas políticamente pero heterogéneas desde lo cultural. Lo que genera la necesidad de una legislación democráticamente convenida que favorezca la comprensión mutua entre las culturas y el establecimiento de puntos en común entre los diferentes grupos (interculturalidad), porque el problema de las identidades y los territorios ahora se circunscribe a las relaciones de los estado-nación y sus habitantes.
Es así como de ser “los otros” latinoamericanos, se comienza a desglosar un “nosotros” en una cantidad de “otredades” internas en el abordaje territorial respecto al análisis de las identidades culturales que, queriendo salir de un paradigma colonial que implica la dependencia y la misma “otredad”, reproduce dinámicas cotidianas con las mismas lógicas en el abordaje de las propias prácticas culturales.
En un artículo periodístico que rescata Barbero en el marco del Foro Mundial  Comunicación y diversidad, Barcelona, 2004, se explica al capitalismo como un conjunto de valores culturales arraigados a la competencia, las ganancias y el valor de la libertad, y estos no son compartidos universalmente por lo que la intromisión del capitalismo en las diferentes naciones representa un ataque a la política y a la cultura.

Para sumar a la causa, Appadurai agrega que la globalización ha introducido al menos tres complicaciones principales: intensifica las tensiones entre los inmigrantes y los ciudadanos, exacerba las políticas nacionales de identidad e intensifica las tendencias xenófobas nacionalistas.
En la era de la globalización se intensifican los movimientos poblacionales, que interaccionan con fronteras abiertas y libre comercio, lo que contribuye a difuminar las fronteras de la ciudadanía nacional ante el impacto de estos nuevos ciudadanos, a la vez que “el reconocimiento público y político a la diversidad cultural es aumentar una posible amenaza a la integridad nacional, ya que todas las naciones se basan en alguna forma de identidad cultural como componente dominante de la identidad nacional” (Appadurai, 2004).

Es decir, que las condiciones globales del capitalismo aplican con su lógica neoliberal en los Estados-Nación de América Latina, configurando su plítica y su cultura, ya que interpela la propia noción de Estado y el propio territorio comienza a ser un campo donde se dan distintas luchas de poder con nuevas prácticas y actores culturales “otros”.
Dentro del contexto de las sociedades hegemonizadas por el pensamiento neoliberal, existen situaciones de diversidad sociocultural que se expresan en relaciones de desigualdad signadas por la dominación y la subordinación de las culturas.
Estas formas tienen lugar dentro de Estados debilitados por el mercado, que funciona como agente organizador de la sociedad, perdiendo fuerza como actores simbólicos de la cohesión nacional.  Como principal consecuencia de esta relación mercado/estado se percibe un achicamiento de recursos públicos en relación a la cultura, ya que no es considerada rentable en términos productivos.
Barbero plantea que “la interculturalidad en las dinámicas de la economía y la cultura-mundo moviliza no solo la heterogeneidad de los grupos y su readecuación a las presiones de lo global, sino la coexistencia al interior de una misma sociedad de códigos y relatos muy diversos, conmocionando así la experiencia que hasta ahora teníamos de identidad”. Y son las transformaciones en la cultura las que nos exigen discernir dos concepciones acerca de la identidad, distinguidas por este autor como radicalmente opuestas. Una relacionada con raíces, raigambre, territorio, tiempo largo, y  memoria simbólicamente densa. Y otra, más actual, que implica las migraciones, movilidades, redes, flujos, instantaneidad y el desanclaje.
Las migraciones son un ejemplo claro de las causas/efectos de la globalización en la importancia de las prácticas culturales dentro del proceso de construcción de la identidad.
La construcción identitaria entendida como proceso cultural, material y social que en el caso de los migrantes se encuentra en una constante reconstrucción.
En busca de la comunión se agrupan por etnias y reinterpretan el territorio, reutilizando recursos (simbólicos, naturales, materiales) para manifestar su identidad, resistiendo en cierta medida al cambio y la cultura hegemónica del nuevo espacio,
“Deben construir su identidad a partir de una nueva situación en un territorio cultural que no le es propio, en el cual la alteridad es el modo de construirla. Esta realidad es lo que hace cuestionar la propia identidad” (Romero Laura, 2009).
En este diálogo entre culturas, donde se ponen en crisis los propios hábitos los inmigrantes deben adecuarse e insertarse en una nueva estructura social, lo que para Bourdieu es enfrentarse a un campo con otros códigos que no les son propios y donde su habitus se pone en crisis ante una nueva estructura social.
Nos encontramos entonces en un contexto donde los estados nacionales están atravesados por la pluralidad cultural, y la cuestión fundamental es el lugar del otro en esta dialéctica territorio/identidad.
Como plantea Appadurai, el pluralismo cultural está estrechamente vinculado con las concepciones que tenemos sobre gobierno, pertenencia y reconocimiento político. La condición para el pluralismo es una coexistencia que permita el desarrollo de las identidades en juego, y requiere de una guía que permita que estas relaciones se den de manera segura, creativa y de un modo sostenible.
El pluralismo sostenible entendido como “una situación en la que un número finito de diversos grupos culturales está organizado para relacionarse entre sí, de modo que cada uno de ellos tenga las máximas oportunidades para reproducir su identidad y para evolucionar creativamente en el tiempo (…) Y el asunto primordial es cómo hacerlo dentro de las sociedades nacionales particulares, organizadas políticamente como estados” (Appadurai y Stenou, 2001).
Los autores plantean entonces el problema del pluralismo sostenible, entendiendo  la condición de los sistemas culturales como la permanencia del cambio y la perduración de ciertas tradiciones. Por lo que deben mantenerse las condiciones para que todos puedan sobrevivir y reproducirse, a la vez que se deben también reproducirse y evolucionar las relaciones entre ellos. Lo que requiere un diálogo constante entre factores locales y globales, entre cultura e historia y entre políticas públicas (estado) y opiniones de las comunidades (nuevas voces).
Lo crucial de esta situación está en la relación que se da entre la defensa de la diversidad cultural de las comunidades y la conciencia ciudadana del derecho a la diferencia desde lo cotidiano, teniendo en cuenta la pluralidad y la norma de cada Estado en particular, donde el abordaje de lo nacional implica tener en cuenta las heterogéneas realidades del afuera y del adentro, y  la relación indisoluble de lo local con lo mundial.
Las nuevas condiciones globales  presionan al Estado al descentramiento de lo nacional a la vez que estimulan la integración regional. El escenario requiere la constante articulación de las partes y un esfuerzo de cooperación, sobre todo teniendo en cuenta el notable divorcio entre estado y sociedad que compromete la sostenibilidad cultural.
A través de los avances en el tema la UNESCO, en sus diversos seminarios y documentos, plantea un nuevo sentido de cooperación, entendiendo a la diversidad ya no como una pluralidad en la que “todo vale”, sino en relación a la alteridad referida a las culturas “otras” y subalternas, reconociendo los posibles conflictos que implican las relaciones interculturales, y dando cuenta de las asimetrías y las dominaciones existentes, que perduran y se manifiestan en la desigualdad social y en la discriminación política.
En el intento de superar la modernidad fragmentada y dominante, la globalización trae aparejada la decolonialidad del poder con nuevas dependencias económicas a nivel global, y territoriales a nivel local. La decolonialidad del ser  se contextualiza pujando entre la homogeneización global, el pluriculturalismo y el derecho a la propia identidad,  que implica el reconocimiento latinoamericano pero que también es llevado a lo territorial y lo cotidiano de cada Estado y su diversidad, y en ello se propone la decolonialidad del saber impulsada por las críticas a los paradigmas eurocéntricos de las ciencias sociales y a la reconceptualización de las definiciones del asunto pero con un revisionismo que debe interpelar las propias prácticas culturales. El eje está en visualizar las problemáticas interculturales que se mantienen vigentes y las que se generan ante las desigualdades, sobre todo teniendo en cuenta los movimientos poblacionales y las relaciones conflictivas que se dan entre las distintas identidades en un mismo suelo.
Poniendo en foco el proceso de construcción de la identidad, definida desde Romero, como una construcción histórico-cultural con rasgos significativos – valores, símbolos, tradiciones, creencias y comportamientos-  de las culturas que referencian a un determinado grupo que se encuentra en constante cambio. “La base de la construcción de la identidad, entonces, es la conciencia común de tener todo un conjunto de características que los identifican como pertenecientes a un grupo y diferentes al resto” (Romero,L. 27, 2009).
Las prácticas culturales de los migrantes  en los nuevos territorios adquieren profunda importancia, ya que deben negociar su identidad frente a los otros para poder reafirmarla y reconstruirla dentro de la lucha de poder  que posiciona a un grupo sobre otro. Se da entonces una identificación con la cultura propia mientras se manifiesta la diferenciación con la cultura dominante.
En estos casos la diversidad se da en un marco socio-cultural constituido por las diferencias étnicas, por la subordinación, las relaciones de dominación y la evidente desigualdad social como condicionamiento a estos grupos migrantes. Y esta situación es particular a cada grupo, a cada territorio y a cada momento en qué se presenta. Teniendo en cuenta que esa dominación y diferencia acentúa y refuerza la propia identidad migrante. Por lo que la inclusión estaría en un horizonte lejano si la cultura dominante constituida por la nacionalidad del Estados no ejerce políticas públicas culturales directas y eficaces.
Estas relaciones de asimetría no solo despiertan la necesidad de políticas sino que también lo que María Rosa Neufeld llama “discurso de la tolerancia”. La tolerancia como una noción compleja, donde el diferente es inferior y el tolerante es el qué decide qué es lo tolerable y qué no. Por otro lado, la concepción del “otro”  en tanto extranjero como un “invasor, ocupante ilegal, intruso, delicuente, inmigrante ilegal, indocumentado, usurpador de puestos de trabajo, etc” (Montesinos, Pallma y Sinisi, 1997, citado por Neufeld 2006).
Es decir, que se vuelve a reproducir una lógica de dominación y de etnocentrismo. La misma con que se juzga a aquellas “civilizaciones” que imponían sus normas y disminuían al “otro”, pero esta vez se da entre vecinos latinoamericanos.
 “La democratización del debate cultural depende de la dignidad económica y de la emancipación financiera de la gente corriente en tantas comunidades como sea posible (…) para garantizar que los argumentos a favor de los derechos culturales no sean solamente eslóganes de las elites autoelegidas que realmente perjudican a los intereses de los grupos enteros dentro de la comunidad, tales como las mujeres, los niños, los ancianos u otras víctimas de la discriminación” (Appadurai, 2001)
Por lo que no se puede pensar  la problemática de las identidades en los territorios sin hablar de derechos culturales y de pluralismo sostenible, y antes aún de políticas de dignidad, inclusión, democratización y respeto. Los derechos culturales deben pensarse y aplicarse con el objetivo del bienestar de todos los ciudadanos. El pluralismo cultural necesita Estados que concedan a los distintos grupos culturales el derecho a la diversidad y la participación en la esfera pública, abrir la soberanía reconociendo a todos los ciudadanos por igual, descentralizando el nacionalismo y considerándose depositarios de la pluralidad y garantes de su sostenibilidad.

Dos herramientas fundamentales para estos objetivos son la educación y la comunicación. La primera como un derecho que implica una obligación, una proyección a futuro para las comunidades venideras en pleno compromiso con la coexistencia y el fomento a la pluralidad. La segunda para reafirmar y contar la vida cultural. “Para que la pluralidad de las culturas del mundo sea políticamente tenida en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades pueda ser contada, narrada” (Barbero 2004). Y en la actualidad los avances tecnológicos facilitan una multiplicidad de formas de comunicar. Estas transformaciones comunicacionales tienen una relación directa con la democratización del saber y con la configuración de las identidades. La reconfiguración de las culturas pasadas responde a la intensificación de la comunicación y a la interacción que permite entre culturas de diferentes lugares del mundo, rompiendo algunas fronteras de exclusión, dando lugar a nuevas voces.

 La comunicación como dimensión fundamental para el revisionismo histórico en esta búsqueda independiente de América Latina por reconstruir su historia, refundar sus lazos y fomentar a la interculturalidad en la nueva fase de la cooperación, estableciendo redes de intercambio de información, artistas, gestores, formaciones, tanto en lo macro social como en las dinámicas territoriales cotidianas. La comunicación y las redes culturales como nuevos espacios públicos haciendo frente a las barreras políticas y territoriales, dando lugar a nuevas expresiones.
Abrir el relato universal que pretenden las ciencias sociales es fomentar la comunicación para el (re)conocimiento, para que no solo seamos herederos del pasado sino hacedores de futuro.

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