miércoles, 4 de noviembre de 2015

La relación Cultura-Estado-Sociedad desde los 90 hasta hoy en Argentina



El presente trabajo fue presentado para la aprobación de la materia Estado y Sociedad, de la Tecnicatura Superior en Gestión Cultural.
 Realizado de manera conjunta con la artista plástica Belén Carzolio


La relación Cultura-Estado-Sociedad desde los 90 hasta hoy en Argentina

Considerando la historia como un proceso dinámico, motorizado por distintas fuerzas (una dominante y otra dominada) que entran en conflicto, en el siguiente trabajo nos proponemos, analizar el proceso socio-cultural que ha atravesado la Argentina desde los años 90 hasta la actualidad. En qué medida las políticas estatales afectaron las estructuras socio-culturales y cómo las mismas lograron abrirse caminos buscando alternativas de resistencia, que terminaron produciendo un vuelco del Estado en favor de las expresiones populares, para poder sostener las instituciones.
            Según palabras de Ana Wortman, durante la década del 90 se pudo observar una pérdida de entidades colectivas fuertes, sobre todo en la política y en el mundo del trabajo. Este fenómeno se vio acompañado de la emergencia de nuevos universos simbólicos y nuevos modos de forjar las trayectorias sociales. Se estableció un imaginario social donde la individualidad y la flexibilidad de adaptarse a nuevos escenarios sin profundizar demasiado, así como el éxito económico se convirtieron  en pilares culturales dominantes.
El neoliberalismo no captó los intereses culturales de los grupos subalternos, ni de los intereses de la cultura de masas. Las políticas implementadas durante el menemismo, como la dolarización y la privatización de empresas estatales, fueron respaldadas por políticas culturales que fomentaban la globalización y el intercambio desigual con otras culturas. Se impone una cultura de consumo abierta a nuevas formas, que intentan fusionarse con la autóctona. Cabe señalar que históricamente, la Argentina, ha sido una tierra cosmopolita, cuya cultura es tan amplia como diversa a lo largo y ancho del territorio. Sin embargo, la característica principal de los 90 fue la adquisición de costumbres y formas de comportamiento de culturas hegemónicas de los países del llamado primer mundo de manera acrítica e irreflexiva, por gran cantidad de la población, en especial las clases medias, a través de la influencia de los medios masivos de comunicación. El auge de la televisión por cable abrió el abanico a grandes cadenas internacionales que presentaron sus programaciones disponibles las 24 hs. del día. La cultura hegemónica se colaba en la vida cotidiana sin esfuerzo, desde el sillón de los hogares argentinos.
Por otro lado, es notable el abandono de escuelas públicas por parte de los gobiernos de los 90, sumado a las privatizaciones, que dejaban varios trabajadores sin empleo. Es así que se puede ver un quiebre en la identidad Argentina por el cambio de su dinámica cultural al recibir tantos golpes. Escuelas deficientes, desempleo y gran consumo de productos extranjeros empiezan a ser los ingredientes de la nueva cultura, que indudablemente el mismo gobierno fomenta con su “no accionar”.
En este nuevo entramado social, se reorganizan las clases sociales, con lo que llamamos “nuevos pobres”, constituidos por una antigua clase media empobrecida y venida a menos; y en contraposición, una nueva clase media, aburguesada, con nuevas formas de consumo, que se erigen como modelo cultural hacia el resto de la sociedad.
El neoliberalismo abre las puertas del país a cualquier tipo de producto extranjero, pero el perfil que se mantiene en las clases altas de la sociedad sigue persiguiendo la tendencia norteamericana sin abandonar la dependencia a las grandes potencias europeas. El valor de la cultura sigue siendo para un vasto grupo social, un concepto relacionado a lo estético ordenado con los valores clásicos (asociados a las antiguas burguesías del s.XIX).
En Argentina, el acceso a los bienes culturales constituye la formación ciudadana, que recíprocamente define a las distintas clases sociales y se define en ellas.
A fines de los 90, algunos sectores sociales comenzaron a identificarse con el imaginario cultural de resistencia y con mayor visibilidad a partir de la crisis financiera del  2001, que puso de relieve el fracaso de las políticas de convertibilidad. Para contrarrestar la fuga de capitales, el ministro de economía Domingo Felipe Cavallo introdujo restricciones a la extracción de depósitos cambiarios. El llamado “Corralito” produjo indignación en las clases medias que perdieron sus ahorros y tuvieron que empezar de nuevo, generando también una gran crisis política e institucional. La reacción popular fue masiva, y el 19 y 20 de diciembre de ese año, la gente salió a las calles en protestas multitudinarias, entre saqueos y cacerolazos, se decretó el estado de sitio y el presidente Fernando De la Rúa renunció a su cargo.
En este contexto, comienzan a surgir pequeños movimientos sociales que poco a poco adquieren mayor visibilidad, cooperativas de trabajo, asociaciones civiles, y agentes de cultura comunitaria, que se constituyen como nuevos espacios de participación social autogestionada. Éstos promueven diferentes estrategias que refuerzan el vínculo social y buscan revalorizar el capital cultural acumulado.
La sociedad organizada empieza a ocupar el espacio público, a través de nuevas y novedosas prácticas culturales. Wortman, define a la forma de organización de estos nuevos centros como empresas sociales, ya que se trata de organizaciones horizontales, sin jerarquías, que muchas veces funcionan como cooperativas de trabajo.
Podemos observar que si el paradigma de los 90 era el individualismo y la acumulación de capital, en los años posteriores a la crisis este da un giro hacia la cooperación para salir adelante, la solidaridad y el trabajo en equipo. Es decir que,  muchas veces, ante los problemas  económicos que enfrenta una nación,  los capitales culturales se resignifican y abren nuevas soluciones para enfrentar la crisis.Es notable como la cultura argentina siempre estuvo permeada por la politica, a la vez que la politica siempre penetra en la cultura determinando sus formas.
También surge, a través de la experiencia colectiva, el intercambio cultural. Las agrupaciones barriales, invitan a la participación de diferentes sectores sociales, y se encuentran también con el arribo a los centros urbanos de personas del interior del país y de países limítrofes a la búsqueda de una mejor calidad de vida en la ciudad.
Estos nuevos fenómenos, se podrían corresponder con el concepto de fuerzas instituyentes de Pierre Bourdieu, ya que intentan romper con estructuras de la tradición dominante. Los acontecimientos socio-históricos hacen que los habitus de la clase media entren en crisis, ya que los actos y pensamientos que antes los identificaban comienzan a desmoronarse. Es así que estas nuevas fuerzas entrarán en conflicto con las institucionalizadas, que pretenden preservar el campo de poder.
Cora Escolar, define al poder legítimo como el que le corresponde a una forma de organización económico-social dominante, que establece la organización de la realidad social, y es en sí misma una organización de relaciones de poder, ya que distribuye la organización jerárquicamente. Este grupo dominante - en este caso el grupo dirigente del Neoliberalismo y las clases altas - comprende lo instituido, ya que la institución permite la identificación de sus miembros con ciertos objetivos o metas - en este caso el interés económico por sobre el interés social -, y este mecanismo oculta en sí mismo una distribución desigual del poder.
Para que una fuerza o poder sea institución, debe ser legitimada por el resto de la sociedad. Se trata de un reconocimiento que se establece entre las dos partes que no tiene que ver con estar de acuerdo, la institución no es un ente aparte, tiene relación con lo social, de hecho lo social lo define, lo constituye.
En esta instancia representa lo instituyente la creciente organización social, la resignificación de la cultura y el resultado híbrido de los múltiples productos y consumos culturales que mezclan lo nacional y lo extranjero.
Lo instituyente surge a partir de lo instituido, ya que donde hay poder (desigual) hay resistencia. En este momento histórico de la sociedad argentina, la fuerza instituyente es aquella que alcanza un poder organizativo que le permite modificar lo instituido, a través de varios procesos sociales, aunque sin estar instituida.
   La cultura esta en constante movimiento, se redefine en relación a los aspectos políticos, económicos y sociales de cada época. A partir de los 90 y hasta comienzos del 2000, las clases medias bajas y las clases bajas van a generar una nueva tendencia que tiene que ver con la creación de una identidad propia, colectivos de artistas y/o trabajadores en busca de un objetivo común, en contraposición a lo instituido y sus bases de desempleo y desintegración social. Sin embargo, la clase media alta emergente encuentra su máxima expresión de cultura en viajes al exterior y un estilo de vida de opulencia guiado por tendencias norteamericanas (por ejemplo viajes a disney, o compra de productos extranjeros - gracias a la devaluación de la moneda, y la política del “uno a uno”).
Respecto al Estado, representado en la forma institucional de los gobiernos de turno, identificados con el Neoliberalismo, notablemente se puede ver una tendencia economicista en favor del intercambio y el enriquecimiento de la clase dominante a costa del vaciamiento  de las instituciones nacionales (empresas, escuelas, y hasta la identidad y cultura misma).
En los años recientes, podemos ver que estos espacios culturales nacidos desde el interior de la sociedad han logrado mantenerse y posicionarse como pilares de la escena cultural argentina. Son el ejemplo de una cultura popular viva, que respira, que avanza, que se resignifica, en contraste con muchas instituciones culturales estatales que parecen depósitos de obras de arte muertas.
Muchas veces notamos que, el Estado, viendo la gran repercusión que tienen estos nuevos centros culturales autogestionados, intenta involucrarse en los mismos a través de subsidios o ayudas económicas.  Si bien es importante que las instituciones públicas apoyen y fomenten las actividades culturales, nos cuestionamos si al intervenir en proyectos que nacieron como propuestas independientes desde el seno de la comunidad, no están en realidad intentando institucionalizar un fenómeno que surge originalmente como una alternativa a lo instituido.
Considerando evidente la imposibilidad de gobernar en nombre de una sola clase, el Estado tiene la necesidad de incorporar intereses de clases subalternas, como también intereses interclasistas, nacionales e internacionales.
Las clases subalternas, en este caso referidas a los espacios autogestivos de la cultura, ejercen formas de lucha que han penetrado los aparatos estatales.
Desde Gramsci, podemos hacer una lectura del consenso, en relación a que determinado grupo social logra articular bajo su dirección a otros grupos sociales mediante la construcción de la voluntad colectiva, en la cual se traducen sus intereses corporativos (un poco sacrificados) en intereses universales. Dentro del terreno de las representaciones simbólicas, es donde actúa la ideología, pero el símbolo esta presente en cualquier espacio social (comunicaciones, vestimenta, usos y costumbres, etc).
El poder hegemónico se logra cuando los intereses de los grupos subalternos pueden ser naturalizados, evitando el desarrollo de sus reivindicaciones específicas (transformismo) o bien, ser articulados, promoviendo su total expansión hasta la solución final de las contradicciones que expresan.
En una sociedad de clases, la acción hegemónica está limitada por los intereses históricos de las clases dominantes. En el caso particular de la historia argentina, podemos dilucidar, que los intereses de las clases dominantes siempre estuvieron lejos de ser la representación de la mayoría popular, aunque se crea lo contrario a grandes rasgos. Proponer, por ejemplo,  una fecha patria para la realización de un acto de masiva convocatoria en una plaza o en una calle particular, no está respondiendo a la necesidad del pueblo de venerar esa fecha con datos históricos y orgullo, sino que responde a la misma campaña política de (auto)legitimar sus decisiones y convocar gente (dejando de lado el día festivo), con el fin de que haya un mensaje de unidad popular. Un artista de renombre, en un escenario inmenso cortando una calle, no une a la masa, solo la junta. En el cotidiano social la fragmentación sigue existiendo así como seguirá existiendo la lucha por la hegemonía.
Esta lucha se manifiesta -en el interior de las instituciones- como la lucha de lo instituyente (la negatividad) frente a lo instituido. En lo instituyente se inscriben todas las luchas de aquellos grupos que pugnan por ganar espacios en el terreno político, y que para ello, adoptan formas organizacionales visibles hasta convertirse en fuerzas sociales, es su enfrentamiento a lo instituido, al orden social imperante.
En estos actos políticos que nombramos, se enarbola una representación de la cultura que intenta igualar la identificación popular en general con un artista nacional muy conocido. El gasto que se realiza en cuanto a lo financiero es bastante alto y de la fecha en si no se rescata la esencia. Si el interés de los grupos hegemónicos fuera el de representar la cultura popular, se deberían tener en cuenta entonces todos los centros y proyectos culturales de cada sector de la sociedad, que cotidianamente construye el imaginario social, representa la cultura de los barrios o pueblos y son gestantes de artistas y cultura (símbolos, identificaciones, trabajo, hábitos).

Cuando establecemos el recorrido de los 90 hasta la actualidad, vemos una institución (Estado) que regía sus normas a través de políticas económicas sin reparar en otros aspectos importantes para el país, por lo que las clases más bajas no encontraron identificación ni amparo y se constituyeron como las fuerzas instituyentes en busca de poder  suplir las carencias estatales.
                En la actualidad, nos encontramos con las mismas fuerzas instituyentes, que son los grupos subalternos o minorías, creadoras de su propia identidad y simbolismos, gestantes de cultura, que cuentan con la experiencia de otros proyectos similares que se vienen dando desde los 90 hasta el día de hoy. Puede verse el crecimiento y la estabilidad de la fuerza instituyente, ya que sigue existiendo la misma demanda cultural, que el Estado no suple, y ante esta necesidad y con la posibilidad de realizarlo, los diferentes grupos crean sus propios medios para alcanzar las metas deseadas. Esta fuerza instituyente es la creadora de espacios para que circule la nueva cultura, y su crecimiento se debe a la postura al respecto de la fuerza de lo instituido.
Lo instituido creó conceptos de cultura popular, asociados a determinados cánones, a determinadas formas que hacen creer que algo masivo es popular en cuanto pueda verse representado, por ejemplo como sosteníamos antes, en un acto en una plaza. Pero lo instituyente es popular, es masivo, y su crecimiento depende de su condición por fuera de la institución,  del circuito “oficial”. No surge como contraposición, sino que crea en base a sus necesidades, que,  hasta la actualidad, fueron tantas que la fuerza instituyente las captó y se consolidó muy firmemente. En cuanto a lo cualitativo y hasta en aspectos cuantitativos la fuerza instituyente iguala o supera a la fuerza de lo instituido en lo que respecta a la cultura.
Los 90 fueron el inicio de este proceso de construcción cultural en los barrios, en las villas, en los centros culturales autogestivos, en los colectivos de artistas, en las ferias de artesanos, y en las múltiples formas de hacer y crear cultura que tiene un pueblo.
Respecto a la función del aparato estatal, como conclusión, creemos que siempre que incida en la cultura será con un fin político determinado por los intereses de las clases dominantes, que la verdadera identidad de la cultura se expresa fielmente en las representaciones cotidianas y en las organizaciones sociales que crean sus propios medios para su fin. No creemos que sea de manera independiente, ya que entendemos a las fuerzas instituidas e instituyentes como conceptos imposibles de disociar, y que se definen mutuamente, pero en relación a la cultura, es la herramienta de la política en lo instituido en tanto es la forma de vida de lo instituyente.



Bibliografía

Campo de poder, campo intelectual. Bourdieu, Pierre, Montressor,Jungla Simbólica, 2002.
Entre la política y la gestión de la cultura y del Arte. Nuevos actores en la argentina contemporánea. Wortman, Ana, Bs. As., Eudeba, 2009.
Topografías de la investigación, métodos, espacios y prácticas profesionales. Escolar, Cora, Bs. As., Endeba. 2000.


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